Los primeros síntomas suelen ser muy poco expresivos, además se achacan a otras patologías y a menudo pasan desapercibidos tanto para el paciente, que no les da importancia, como para un médico, que puede atribuirlos otra causa. Es frecuente que cuando el paciente asiste por primera vez al neurólogo, con anterioridad en los meses o años previos ya habría padecido uno o varios síntomas atribuibles a la enfermedad.
Ante la sospecha de una EM, el médico de cabecera debe remitir al neurólogo que, dada su frecuencia e incidencia en la población, podrá identificar los síntomas.
¿Cómo se diagnostica la Esclerosis Múltiple?
Para saber con certeza si alguien padece EM, el neurólogo dará una serie de pasos:
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- Una historia clínica de síntomas neurológicos (falta de fuerza, pérdida de visión, alteración del equilibrio…) que puedan haber ocurrido también en el pasado y se realizará una exploración neurológica lo más completa posible.
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- Pruebas complementarias
Análisis de sangre, para excluir otras enfermedades que pueden producir lesiones en el sistema nervioso central.
Análisis del líquido cefalorraquídeo, para acceder a él, es necesario realizar una punción lumbar, una prueba con muy mala fama aunque, en realidad, no representa apenas ningún riesgo para el paciente. En el líquido cefalorraquídeo pueden encontrarse además datos de inflamación y activación del sistema inmune, que apoyan el diagnóstico. Este líquido envuelve a las estructuras del sistema nervioso central dentro de las meninges;
Una prueba de imagen, resonancia magnética, para observar si hay lesiones (placas) en el cerebro o la médula espinal, con o sin datos de inflamación. Esta prueba ha supuesto la revolución en el diagnóstico de la EM. - Potenciales evocados, que miden la velocidad de transmisión a la que viajan los impulsos nerviosos a través de determinadas vías del Sistema Nervioso Central como la visual, la sensitiva y la auditiva.
- Pruebas complementarias
Ninguno de los resultados de estas pruebas nos dice con total seguridad que nos encontramos ante una EM, ya que las alteraciones que podemos encontrar en cada una de ellas pueden ser producidas también por otras enfermedades; por lo que todos estos datos, junto con una historia clínica compatible, es lo que nos lleva al diagnóstico, que en algunos casos pude ser dudoso en un principio, siendo el tiempo y la evolución lo único que puede confirmarnos la enfermedad.
Formas de presentación clínica y progresión
Los brotes o exacerbaciones agudas de la enfermedad, se definen como la aparición de síntomas neurológicos nuevos o un empeoramiento llamativo de síntomas existentes, con una duración superior a 24 horas (pueden ser días o semanas), seguido de una fase de estabilización o mejoría.
La mayoría de los enfermos debutan con un brote, otros no lo experimentan nunca. La existencia o no de brotes, sirve para clasificar las dos principales formas de presentación de la enfermedad: remitente-recurrente y progresiva.
La progresión implica un deterioro paulatino de las funciones neurológicas del paciente. Ello conlleva un aumento de la incapacidad o del grado de invalidez sin que ocurra ningún brote. Esta progresión no suele ser constante sino que es interrumpida por periodos de estabilización, pero no de mejoría.
Formas clínico-evolutivas. Existen varias formas de presentación y evolución de la EM; se distinguen tres tipos principales:
- Formas recurrentes – remitentes: aquellas en las que se producen periodos de recaída (brotes) seguidos de etapas de estabilización de duración variable. Estas recaídas consisten generalmente en la aparición de síntomas neurológicos debidos a una nueva lesión en el sistema nervioso central. La recuperación de estos síntomas tras el brote puede ser total o parcial; en este último caso, quedarán síntomas residuales (secuelas).
- Formas secundariamente progresivas: aquellas en las que, tras una primera etapa de brotes (recaídas-estabilización), se pasa a otra de no brotes (progresión o solo progresión sin brotes) en la cual, los pacientes empeoran de forma progresiva independientemente de que tengan o no brotes.
- Formas primariamente progresivas: aquellas en las que nunca han existido brotes sino un aumento paulatino y lento de la discapacidad desde el comienzo.
La inmensa mayoría de los pacientes pueden ser incluidos en una de estas tres formas evolutivas; sin embargo, la gravedad de los síntomas y la velocidad con que progresa la enfermedad es distinta en cada paciente, independientemente del tipo de EM que tenga. Cuando el médico explica esta circunstancia al paciente, muchos pueden creer que se les dice esto para animarlos o “quitar hierro al asunto”, sin embargo este es un dato que se corresponde fielmente con la realidad.
La fatiga es una sensación de cansancio desproporcionada al esfuerzo realizado que puede acompañar o no a los demás síntomas neurológicos. Este cansancio anormal no se justifica por las secuelas neurológicas y en muchos pacientes este es el síntoma más incapacitante de la enfermedad pues les impide llevar un horario laboral normal.
Síntomas paroxísticos, es muy importante diferenciarlos y distinguirlos de un brote. En medicina se llaman así a los síntomas que aparecen y desaparecen de forma súbita y que duran poco tiempo, como por ejemplo: Sensación de descarga eléctrica desde el cuello e irradiada hacia las extremidades, fenómeno de Lhermitte. Perdida transitoria de la visión de un ojo, fenómeno de Uhthoff. Visión doble. Dificultad para hablar, distraía. Picazón.